Rebecca Solnit. Editorial Lumen, 2021
Reseña de Elvira Landin
I.-Autobiografía
La autora nació en S. Francisco (EEUU) en 1961. Su obra más difundida es “Los hombres me explican cosas”, sobre feminismo, y “Esperanza en la oscuridad” para infundir valor y fortaleza ante una tragedia. En “Recuerdos de mi inexistencia” la autora hace una exposición de las diferentes etapas y experiencias de su vida, partiendo de una infancia difícil por un padre maltratador y una madre pasiva, lo que le impulsa a marcharse de casa muy joven, casi sin estudios ni recursos. Alquiló un apartamento mínimo que fue complementando con muebles de desecho y colocación creativa de útiles polivalentes. Va trabajando marginalmente en diferentes empleos y completando estudios.
Intuye el “machismo” reinante por su miedo a caminar sola por sitios apartados, o de noche, y porque conoce casos de violencia física y verbal contra otras chicas; toma conciencia de la presunta superioridad intelectual que se auto adjudica gratuitamente el hombre, y cómo ejercita su dominio usando de la mujer como si tuviera derecho a ello, exigiéndole su pasividad silenciosa, si no su complacencia explícita.
Conoce de cerca el racismo contra la población indígena por acciones directas, como si EEUU hubiera estado deshabitada antes de la llegada del hombre blanco, y su expansión fuera extenderse sobre territorio propio, sin usurparlo a la población indígena, arrinconándola y maltratando la tierra y los animales que, desde tiempo inmemorial, venían disfrutando. Ella busca estancias prolongadas en poblados y fotografía sus sistemas de vida ancestral, tratando de entender cómo se ha ido destruyendo una vida natural y el respeto por una tierra sagrada, sin casi conciencia por los usurpadores de la injusticia que estaban llevando a cabo, relegándoles a las “reservas”.
También experimenta el racismo contra los negros, formalmente ilegal ya en sus tiempos, pero no asumido por gran parte de la población blanca que sigue practicando la discriminación, con maniobras intimidatorias para que desalojen casas y tierras, para que cambien de barrio y para postergarlos en la oferta de empleos.
Conoce la violencia de las guerras “exportadas” a otros países so pena de liberarlos de tiranos y en defensa de DDHH, y las explosiones nucleares en el desierto de Nevada, experimentando nuevo armamento. Participa en marchas antinucleares y pacifistas. Y sufre el temor a las detenciones por acercarse a filmar maniobras secretas, al acampar en zonas prohibidas por la clandestinidad de esos ensayos con fines militares.
II.-Conquistas.
Reconoce su dificultades personales para una comunicación franca, directa y abierta, pero también la utilidad que ha tenido esa vida compleja que ha llevado, tratando con gentes tan distintas, lo que le ha permitido “bucear” dentro de sí misma en una introspección por querer conocerse. Eso le ha valido el descubrir la “necesidad de tener un tiempo propio”, en silencio y para la reflexión, “aprender a valorar la naturaleza”, los distintos paisajes físicos, las culturas plurales, y cómo el irse dedicando a cuestiones que le preocupaban a ella o que ha conocido de primera mano, le ha ayudado a buscar expresiones explicativas de problemas complejos, acertando poco a poco con nuevas formulaciones más claras y pedagógicas, para sí y para la gente., huyendo de una pureza intelectual que pudiera resultar tediosa, y no despreciando nunca la deseable belleza en la exposición.
Hay una serie de conclusiones positivas y constructivas en las que insiste. Se sabe viviendo voluntariamente en unas zonas “fronterizas” que le proporcionan ideas y reflexiones. Y ese diálogo permanente, aunque no dé frutos directos visibles, proporciona una riqueza para uno mismo y va metamorfoseando la sociedad, consiguiendo el intercambio de unos círculos que de tangentes pasan a ser secantes: se empieza hablando críticamente del “antropocentrismo” de nuestra cultura y eso da paso a una consideración de tipo ecológico –hay que cuidar el planeta del que formamos parte-. Se señala el “machismo” forjado por el patriarcado y surge la visualización de la discriminación de la mujer, -todas las complicidades del “ME-TOO”-. Se enumeran las “prácticas capitalistas” y aparece descarnada la explotación con un consumismo ansioso, ajeno a una distribución equitativa y necesitada de una justicia social. Y todo ello provocado y mantenido a base de agitación social y de un activismo movido por el amor, no por un afán de venganza.
III: Tener voz
En definitiva se trata de conseguir “tener voz” para poder participar en las conversaciones que configuran la sociedad. Para eso se necesita:
- Audibilidad: ser escuchado, no resultar indiferente –las mujeres saben explicar lo que les pasa-.
- Credibilidad: que el relato propio pueda ser tomado en consideración, contextualizarlo para poderlo valorar –puede haber escenarios y sentimientos nuevos de algo aparentemente inverosímil, pero que ha sucedido-.
- Relevancia: tener un mínimo de autoridad como para que lo que uno dice pudiera ser considerado importante –te autoestimas y te acaban estimando–.
Y llama la atención sobre la necesidad de proteger cada conquista, para que no se pierda, para que no se dé por indefinidamente adquirida, sino preservándola y apreciándola como tal, de tal forma que las siguientes generaciones no la den por supuesta sin saber cómo se ha conseguido.
Se puede sentir dolor, frustración y es bueno reparar en él para poder digerirlo, cerrarlo y superarlo, sin necesidad de enterrarlo en el olvido, que a veces resulta imposible. Recuerda y reivindica un sistema japonés utilizado recientemente en la reparación de objetos de loza: no se trata de pegarlo disimulando que se rompió, sino que, en ocasiones, esa herida se visibiliza expresamente, como una cicatriz, recordando que se rompió, pero se ha reparado. Y la relevancia visual de esa arruga, recuerda que se puede proseguir e invita a ello porque es bueno para uno mismo, y para el entorno.
Elvira Landín Aguirre.- abril 2021