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Alberto Piris, publicado en La República, 24 de septiembre de 2020.

Como tuve ocasión de comentar anteriormente, el año 2020, aparte de ser el año fatídico en el que un virus desconocido cambió nuestra forma de vivir y se cobró más víctimas que algunas guerras, se inició bajo el penoso recuerdo de la amenaza nuclear. El pasado 16 de julio, apenas levantado el confinamiento sanitario, se cumplió el 75º aniversario de la primera explosión nuclear producida por el ser humano sobre la superficie terrestre. Poco después, las dos primeras armas nucleares de la historia de la humanidad aniquilaron sendas ciudades japonesas con una horrenda carnicería, en lo que fue un brutal experimento para probar dos modelos distintos de ese tipo de arma.

La humanidad fue reaccionando ante el nuevo horror y creando organizaciones internacionales y sistemas de seguridad para controlar el peligro que tales armas representan. Se firmaron tratados y, aunque hubo momentos peligrosos, ningún nuevo «hongo nuclear» volvió a elevarse entre cadáveres destrozados. El temido holocausto fue alejándose de las preocupaciones de la gente.

Pero algunos líderes mundiales todavía lo citan. En agosto de 2017 Trump no se había enamorado todavía del dictador norcoreano. En uno de sus acaloramientos tuiteros amenazó al país asiático con reducirlo a escombros: «Tendrá que afrontar ‘fuego y furia’ como jamás se ha visto en el mundo», dijo, imaginando un ataque nuclear que sería el primero tras el arrasamiento de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, poco después, en septiembre de 2018, aludiendo a Kim Jong-un tras una reunión con él, dijo Trump: «Nos enamoramos». Y en otro momento singular, hace poco, aseguró que «las armas nucleares son un problema mucho más grande que el calentamiento global». Teniendo en cuenta que él cree que este fenómeno no existe, quien le escucha ya no sabe a qué carta quedarse pero retiene el hecho de que Trump sigue teniendo en la mente y a mano el botón nuclear.

En 75 años muchas cosas han cambiado y, como recuerdan dos investigadores de la Universidad Erasmus de Rotterdam, esos cambios pueden agravar el riesgo nuclear, justo cuando la opinión pública lo ha ido olvidando, sobre todo en estos tiempos de pandemia.

Las innovaciones en el ciberespacio, con ataques cibernéticos inconcebibles en 1945, unidas a dos nuevas tecnologías en desarrollo avanzado, como son la inteligencia artificial (IA) y las armas de velocidad hipersónica, han hecho cambiar radicalmente la peligrosidad implícita de todo armamento nuclear, según los citados investigadores.

Ha aumentado el peligro de las falsas alarmas, los errores humanos o técnicos o los malentendidos entre países hostiles. Detectar que un sistema informático de defensa contra misiles está siendo examinado desde orígenes desconocidos puede hacer creer en la inminencia de un ataque y desencadenar una represalia anticipada. Si además los dispositivos de vigilancia dependen de programas de IA, éstos pueden tomar decisiones que una mente humana no adoptaría, aplicando un juicio ético, por ejemplo, a las circunstancias en que una orden superior no debería ser ejecutada. Si a esto se une el hecho de que las armas hipersónicas reducen el tiempo de toma de decisiones, las probabilidades de cometer un error irreparable aumentan aceleradamente. Y si ante una señal de alarma se disponía antes de quince minutos de plazo para decidir la respuesta, ahora habrá que decidirlo en menos de cinco. A esto hay que sumar el hecho de que los fallos técnicos, en sistemas tan complejos, pueden ser mayores y acarrear resultados más catastróficos.

La conclusión de todo lo anterior es que es necesario reconstruir y readaptar los sistemas antiguos de control de armas. Esto, relativamente factible en lo relacionado con dispositivos físicos (localizar y contar misiles o lanzadores), es difícil de solucionar en el campo cibernético y el de la IA. Es preciso adoptar la idea de que el nuevo control de armamentos debe incidir en las «restricciones del comportamiento», es decir, sobre el modo de utilizar ambas técnicas dentro del ámbito de las armas nucleares.

A este respecto, las medidas de creación de confianza adoptadas por la OSCE en Viena en 2016, relacionadas con el control de las actividades cibernéticas, habrían de extenderse a la IA. Y también ampliarlas más allá de los 57 Estados miembros de esta organización hasta hacerlas de aplicación universal. La humanidad se juega mucho en ello.


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