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El pasado 10 de diciembre tuvo lugar el Día internacional de los Derechos Humanos, y quizás, ante las puertas de un fin de año inimaginable hace apenas 12 meses, los derechos humanos sean más relevantes que nunca, en un momento presente tan complejo.  2020 será recordado como el año donde la pandemia del COVID-19 cambió nuestro mundo, mostrando nuestra fragilidad, vulnerabilidad e interdependencia como individuos, como Estados y como sociedades. Este año nos ha demostrado que aquello que considerábamos asentado e inamovible es en realidad volátil y que nuestras certezas pueden tornarse en incertidumbre de la noche a la mañana.

Ante la incertidumbre y los cambios que ha generado esta pandemia, los derechos humanos son un asidero, un garante de la dignidad de la ciudadanía,  de los pueblos y de los seres humanos. Esta pandemia ha traído consigo situaciones políticas inéditas en las democracias modernas, donde derechos fundamentales como la libertad de movimiento o asociación se han visto vulnerados para frenar la pandemia. En esta situación de constante excepcionalidad, individuos, asociaciones y organizaciones defensoras de los derechos humanos han jugado un papel crucial, velando por que las medidas políticas fueran transitorias y se llevasen a cabo únicamente para frenar la pandemia, sin perjudicar a nuestras democracias a medio o largo plazo. Los derechos humanos son un referente ético y jurídico, y como tal deben protegerse y respetarse en el ordenamiento jurídico de cualquier estado democrático y de derecho. Si algo nos ha enseñado esta pandemia es la necesidad urgente de que los derechos humanos, en especial derechos como la salud o la educación se hagan efectivos por parte de Estados, organizaciones e instituciones políticas para toda la ciudadanía, sin excepción. Muchas han sido, y son, las personas que ante una situación como la que estamos viviendo se han visto privadas de la protección que ofrecían estos derechos, por ello, momentos como el actual deben servirnos no solo para la reflexión, sino para la reivindicación activa.

Si hablamos de derechos humanos solo podemos hacerlo en términos globales, y es en un mundo como el actual, globalizado e interconectado donde la protección de estos derechos debe ser una tarea y una responsabilidad  compartida. El COVID-19 ha puesto de manifiesto nuestra interdependencia en términos nunca vistos anteriormente, demostrando que la salud  es una problemática global cuya solución sobrepasa los limites impuestos por cualquier frontera, ya que esta enfermedad viaja tan rápido como el capital, las personas o las mercancías. Garantizar el derecho a la salud en el marco del Estado-nación resulta imposible en un mundo globalizado. Por esta razón garantizar los derechos humanos es la mejor manera de afrontar esta pandemia.

Si miramos hacía el futuro nos encontramos ante un mundo que tendrá que adaptarse, desde la resiliencia, al impacto provocado por esta pandemia. Es un hecho que las consecuencias se repartirán de forma muy desigual a nivel global y regional, y muchas personas ya están sufriendo estas consecuencias en forma de pobreza, hambre, desempleo, falta de oportunidades, etc.  Es por ello que los derechos humanos tienen hoy y durante los próximos años un rol absolutamente crucial como referencia para los Estados y organizaciones en lo que respecta a garantizar la protección social y la dignidad de cualquier persona al margen de su nacionalidad, su clase social o el territorio en el que viva. Los  derechos humanos son inamovibles, son un mínimo irrenunciable fruto de un consenso global. Pese a las circunstancias que cierran este 2020, el papel de estos no cambia, y su defensa debe seguir vigente hoy con más motivo que nunca.

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