El 10 de octubre de 1971, en una entrevista de la BBC presentada por Michael Parkinson, el mundialmente famoso boxeador afroamericano Muhammad Ali formuló una pregunta aparentemente sencilla: ¿Por qué todo es blanco? Jesucristo es blanco, los ángeles y los apóstoles también, pero, ¿acaso no hay ángeles negros? Ali bromeaba sobre como estos estarían probablemente en la cocina preparando leche con miel.
En esta entrevista, el boxeador aborda con tono humorístico el racismo iconográfico en EEUU, una cuestión de fondo sobre la que se sustenta el racismo estructural en nuestra sociedad. Ali nos enseña como todo lo “bueno”, desde los iconos religiosos hasta las marcas es al final blanco, es decir, como aquellas figuras que representan valores positivos en nuestra sociedad son blancos, mientras que, lo “negro” siempre se ha asociado a valores negativos, o simplemente brilla por su ausencia.
El racismo iconográfico valida, sustenta y justifica la desigualdad racial, ofreciendo una visión distorsionada de nuestra sociedad, una visión que rechaza la pluralidad que caracteriza a la misma y reproduce los esquemas clásicos de éxito y de poder, donde el acceso a los mismos está vedado a las minorías, las mujeres, y a todo grupo social que salga de este modelo “blanco” predominante que ya denunciaba Ali. Por otra parte, el racismo iconográfico priva de referentes a numerosos ciudadanos, dejando a estos huérfanos de modelos sociales y culturales, mermando sus aspiraciones. Una sociedad sin modelos y referencias plurales niega directa e indirectamente las posibilidades de éxito a aquellos que no se ven representados en las mismas.
Cuando hablamos de violencias estructurales como el racismo, hablamos de soluciones estructurales, de soluciones multinivel. Acabar con las diferencias raciales en nuestra sociedad pasa por establecer nuevos marcos de pensamiento, culturales, referenciales e iconográficos. Necesitamos una sociedad inclusiva, con modelos y referentes que incluyan las aspiraciones de los distintos grupos sociales y étnicos.
Vivimos tiempos convulsos, donde los ejemplos de racismo, como la violencia policial indiscriminada en EEUU, se suceden día tras día. Ejemplos como los recientes asesinatos que han llevado a la movilización de miles de ciudadanos bajo la lucha del Black Lives Matter muestran que, lejos de desaparecer, el racismo institucional sigue presente en todos los niveles de nuestra sociedad. Sin embargo, acabar con el racismo no es solo acabar con la violencia física y directa, sino acabar, en palabras de Galtung, con la violencia estructural y la cultural. No es sino esta ultima la cual, lejos de condenar actos como el racismo en EEUU, sigue perpetuándolo directa e indirectamente mediante sus símbolos e iconos, perpetuando una imagen desigual de la sociedad, donde la pluralidad queda constantemente anulada. Cambiar nuestros símbolos implica cambiar el marco con el que reflejamos nuestra sociedad y la percibimos al mismo tiempo, implica cambiar nuestra cultura, nuestros referentes, nuestros ídolos y nuestra visión. Es un cambio a largo plazo, arduo pero necesario, porque no podemos reflejar y percibir nuestra sociedad con los ojos de unos pocos.