Alberto Piris, publicado en La República, 16 de julio de 2020.
Durante las sucesivas etapas de la pandemia que todavía se ceba en la población española, las autoridades civiles de todos los órdenes -nacional, autonómico, local, etc.- con frecuencia han «apelado a la responsabilidad» ciudadana para insistir en el cumplimiento de las normas sanitarias adoptadas para frenar la propagación de la Covid-19. Sobre todo, cuando se relajaban algo las restricciones inicialmente impuestas y se autorizaban prácticas que podían aumentar los riesgos de contagio si no se ejercían cuidadosamente.
Sin embargo, hay que reconocer que la palabra «responsabilidad» está casi vacía de contenido para este uso específico. Ni siquiera en su más próxima acepción en el diccionario de la RAE, para el que una persona responsable es la «Que pone cuidado y atención en lo que hace o decide».
De modo que con mucho «cuidado y atención» un individuo que se sienta responsable de su libertad personal y la de los demás (aunque lo haga de modo paranoico) puede preguntarse: ¿Quién es el Gobierno para regular lo que yo puedo o no hacer en cada momento? Frases similares se han oído en boca de algún destacado político nacional y se escuchan estos días.
También con mucho cuidado y atención puede un ciclista rodar por la acera aunque las normas municipales lo prohíban, y de modo similar se puede desdeñar el uso de la mascarilla dando por ciertas algunas de las mentiras que al respecto circulan por las redes sociales.
Con mucha atención, también, un hincha entusiasta que se sienta responsable del ascenso de su equipo de fútbol lo puede celebrar multitudinariamente haciendo caso omiso de las normas sanitarias en vigor. En fin, de poco parece servir la responsabilidad para que surta los efectos deseados en la lucha contra la pandemia, si no va acompañada de multas, amenazas de confinamiento u otros castigos.
Ahora bien, esto no ocurriría si los citados dirigentes políticos en vez de «apelar a la responsabilidad» de los ciudadanos les exigieran simplemente que se comportaran con «civismo», palabra que la RAE define como: «Comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública». Esto es precisamente lo que se trata de conseguir. El civismo engloba dos aspectos fundamentales: respeto y convivencia.
Lamentablemente, comportarse de modo respetuoso con las normas de convivencia pública no es uno de los rasgos que mejor distinguen lo que algunos llaman españolidad. Parece más común en algunos (pocos) otros pueblos que observamos no sin envidia. Sin embargo es una cualidad indispensable para atravesar con éxito calamidades sociales como la actual pandemia.
El civismo no se impone mediante leyes u ordenanzas municipales. Se aprende y se asume. Se empieza incorporándolo a la conducta infantil en la vida familiar y el colegio. Después, se reafirma siguiendo el ejemplo de los que ejercen influencia en los demás, sean dirigentes políticos, académicos, profesionales, económicos, etc.
En último término, el civismo pasa a formar parte de la cultura ciudadana, como puede ser el respeto por el código de la circulación o la solidaridad entre conciudadanos frente a la desgracia. Esta sería una de las lecciones que podemos extraer del trágico paseo que el coronavirus se está dando por España.